

Amigos, el Evangelio de hoy relata el nacimiento y cuando le ponen el nombre a Juan el Bautista. Zacarías el padre de Juan quedó enmudecido después de la visión en el santuario, pero escuchamos que «en ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios». Lo que sigue a este pasaje es el maravilloso Cántico de Zacarías, que coloca a Jesús y a Juan en el contexto de la gran historia de Israel.
Una vez que captamos que Jesús no fue un maestro y sanador común, sino Yahweh presente entre nosotros, podemos comenzar a entender más claramente sus palabras y sus acciones. Si analizamos los textos del Antiguo Testamento —y los primeros Cristianos interpretaron a Jesús una y otra vez a la luz de estos escritos— vemos que se anticipaba que Yahweh haría cuatro grandes cosas: Él reuniría las tribus dispersas de Israel; purificaría el templo de Jerusalén; se encargaría definitivamente de los enemigos de la nación; y finalmente, reinaría como Señor del mundo.
La esperanza escatológica expresada especialmente en los profetas y en los Salmos era que a través de estas acciones, Yahweh purificaría a Israel, y a través del Israel purificado traería salvación a todos. Lo que sorprendió a los primeros seguidores de Jesús es que Él cumplió estas cuatro tareas, pero en el modo más inesperado.
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