Amigos, en el Evangelio de hoy, Juan el Bautista llama a dos de sus discípulos y los envía a preguntar al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Cuando esta pregunta se le transmite a Jesús, el Señor no responde teóricamente, sino más bien señalando las cosas que están sucediendo. «Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio». 

¿Estaba Jesús diciendo todo esto en un sentido literal? ¡Sí! Él hacía milagros y sanaba, y eso era uno de los primeros aspectos que la gente percibía de Jesús. Cuando Dios viene a morar entre nosotros en Cristo, efectúa la obra de reparar una creación rota y herida. No le interesan sólo las almas, también los cuerpos. 

Y así escuchamos acerca del hombre ciego de nacimiento, de Bartimeo, del paralítico bajado a través del techo para ver a Jesús, de la mujer con el flujo de sangre, del hombre que es sordo y mudo a quien Jesús dice «¡Effetá!» (¡Ábrete!) (Mc 7, 34). Oímos también acerca de Lázaro, de la hija de Jairo y del hijo de la viuda de Naim.