Amigos, el Evangelio de hoy nos brinda la parábola de los dos hijos, una historia sobre la obediencia a Dios. Vivir una buena vida moral no es al fin de cuentas una cuestión de autonomía, sino de obedecer los mandamientos. 

La obediencia que Jesús desea es un rendirse a Aquel que quiere lo mejor para el que se rinde. Todo el Ser del Hijo es escuchar al mandato del Padre, y, en consecuencia, el ser de la criatura es escuchar el mandato del Hijo. 

Por eso, en el Evangelio de Juan, Jesús dice: «Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos. . . . a ustedes los llamo amigos» (Jn 15, 14-15). En el Jardín del Edén se perdió esa amistad con Dios que era simbolizada por la comunión apacible que disfrutaban Adán y Yahweh. 

Toda la revelación bíblica que culmina con Jesús podría interpretarse como la historia de un intento de Dios para restaurar la amistad con la raza humana. En el discurso de la Última Cena escuchamos las condiciones para esa restauración: vivir en unión con Dios.