Amigos, el Evangelio de hoy muestra cómo María se convierte en madre de todos los miembros del Cuerpo de Cristo. 

Desde la Cruz, Jesús pronunció estas palabras a San Juan: «Ahí está tu madre». Le estaba regalando a María no solo a Juan, sino que a través de Juan a toda la Iglesia. María sería la madre de todos los amados discípulos de Jesús a lo largo de todos los siglos. 

Entonces recordamos que, en la Anunciación, el Ángel anunció a la virgen de Nazaret: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios». Las dos personas requeridas para la Encarnación fueron, en otras palabras, el Espíritu Santo y la Santísima Madre. 

Ahora podemos establecer la conexión: al convertirse en la madre de Cristo, María, por extensión, se convertiría en madre de todos aquellos miembros del Cuerpo Místico de Cristo a lo largo del espacio y del tiempo. Del mismo modo en que el Espíritu Santo y la Santísima Madre fueron necesarios para dar lugar a la Encarnación en la historia, esos mismos dos agentes son necesarios para dar lugar al nacimiento de Cristo en nuestras almas.